martes, 10 de mayo de 2016

El machismo y el romance



El romance es una forma de vida con la que el machismo se disfraza de manera casi natural. 

El romance es la idealización de una relación, o de cómo debe ser la pareja perfecta, o del ideal de amor mismo. Se nutre principalmente de todo el material ya constituido en un vasto universo cultural de historias en las que parejas se unen y se separan, pero que siempre están adheridas al vértigo y a la adrenalina del amor y la pasión, drogas a las que todos somos, en mayor o menor medida, adictos.

Cuando hablo de machismo y de machos y machas, en realidad estoy enfocando a una clase de visión encuadrada en los estereotipos: del hombre al mando, del poderoso, de la sumisa, del cabrón, de la que sirve sólo para el hogar, de la mujer que vale por cómo se ve y no por lo que piensa, etc.

Machos y machas son estrictamente románticos. Se enamoran y desenamoran según transcurren sus relaciones. A ellos no les atrae tal o cual mujer, a ellos los enamora: los enamora una mujer voluptuosa caminar por la calle, o cuando les dirige alguna otra la palabra, y qué decir cuando los ignoran, pura pasión, el juego de las apariencias. Así es como ellos viven siempre enamorados y en abundancia de amores. A las machas les gusta enamorar, se visten coquetas y provocativas, y si hay una más coqueta y provocativa, debe ser una puta que enamora sin buscar amor. 

Para conseguir la relación ideal, cada uno, macho y macha, comienzan los rituales de conquista, él se porta caballeroso, cortés, amable; la ve única y la consciente por ese motivo. Ella, toda una dama, juzga los esfuerzos y logros del susodicho y lo recompensa si cumple sus estándares de calidad. Pueden ocurrir tres cosas: que el encuentro premeditado por las dos partes termine en una noche de pasión y sanamente se retiren a sus cubiles a pensar en el amor. Que uno de los dos, o ambos encuentren en esa noche un indicio de la pareja soñada y el verdadero amor y se vuelvan a buscar. O que se establezca un pacto o relación formal, en la que ella se entrega a él como trofeo y él se declara fiel a ella y además ambos acuerdan, implícitamente, vivir la relación de sus sueños ¿de quién? cada cual con el suyo. 

Tras la conquista ya no hay necesidad de fingir, hay que entregarse sin disfraces.

Si la relación fracasa es por culpa del otro que no quiso ceder a la hermosa relación que él o ella tenían en mente. Tal vez ella no era lo que esperaba, o él no cumple con lo que prometía, quizá el amor se terminó, o llegó una nueva promesa en la vida de ella, y la esperanza de un nuevo y mejor romance. 

En ocasiones hay quien siente dolor por la pérdida, más allá del puro orgullo, y hace lo que sea por reconquistar aquello. La dignidad y el autorespeto son monedas de cambio porque el amor lo vale todo, o eso nos han enseñado desde niños.

No soy ingenuo, el romance está en todo tipo de mentalidades y a cada cual su sabor corresponde. Pero el amor machista se me hace el más nauseabundo de todos. Y es que usa las fórmulas de princesas de Disney, más las de telenovela latinoamericana, para confitar su fondo pretencioso, de estereotipos que tienen que ver con la dominación y la subyugación. De cualquier manera, machos y machas viven este ensueño como la vida misma, es una construcción que miran con naturalidad, el engaño es para ellos una verdad... la verdad del amor.

Si por mí fuera, quemaría toda película y todo libro y poesía sobre el amor y de cómo cambió las vidas de fulanito y fulanita y de lo mágico que es. Me declaro antirromántico porque deseo acabar con todo ese mundo de ilusiones imposibles preconcebido. Cada relación debería imaginar y experimentar sus propias reglas. Los personajes y relaciones ideales no son modelos a encontrar. Fascinarte por alguien debería ser espontáneo, de un qué sé yo que no sé qué, ése algo nacido en la brecha entre lo extraño y lo familiar. 

No sé si calificarme de arromántico, puesto que en mi relación hay romance. Me resulta difícil ser meramente crudo y visceral, porque ella me pone contento y me hace reír, además de que me encanta verla contenta y riendo. 

Sí, en mi cabeza hay mujeres ideales, hay curiosidad por relaciones poco ortodoxas, pero son fantasías que prefiero dejar en el terreno fantástico, proyectos narrativos.