domingo, 24 de agosto de 2014

Moribundo

Apenas si duermes. Tienes miedo. La noche entera en vela pensando en eso. En la podredumbre; que se acumula, que se concentra en una parte de tu cuerpo, tu garganta. Y el hedor que no se mueve. Se te congela el pensamiento, las neuronas raquíticas, la sangre, los músculos magros; todo a un mismo tiempo. Tiempo. Recuerdos que se irán cuando te vayas. Ahora escribo... acorralado, ahora escribo. Incluso el sabor de mi saliva, tan familiar. Y la repugnancia de este cuarto, en que las tripas de mis hermanos exhalan su hinchazón.

El bistec que como si nada masticaba hace unas horas, tieso y frío, en eso me estoy convirtiendo... como si nada... carroña, tieso y frío, como si nada.

Son los excesos de vida los que apresuran tu muerte. Comes demasiado, no comes nada. Bebes demasiado, no bebes nada. Duermes, trabajas, coges, fumas, piensas. Callas, dices calla. Pero eres un hombre de rituales absurdos y por ello te sientes un niño siguiendo sus propias reglas del juego, porque sin reglas no hay juego. Es agobiante. Estar tan loco. Me consume el temor de mi locura. Haber vivido tan a fondo en mis protocolos, tan seguro de ir armando un camino sólido directo de mi sesera.

Y el otro camino, el juego del hombre y del mundo del hombre, el pre hecho para poder ser un hombre con sustento. Dije a este camino: todavía aguanto. Hay que aguantarlo. Porque si no me quedo solo en mi locura, escribiendo que me muero para poder dormir, hasta que deveras me muera. Hoy o mañana, o algún día.


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